Los libros de Ignacio Redondo son un acopio de vivencias (campesinas, cinegéticas, comerciantes, peatonales, vitales, en fin...) de primera mano que resultan de lo más refrescante y vigoroso que se puede leer en el muy acendrado afán memorialístico reciente. Su alertado ingenio y su capacidad para entresacar de la realidad de lo bueno, lo mejor, y, de este, aquello que pueda generar sonrisa o carcajada abierta, es un descansado regocijo para el lector actual, a menudo sometido a ladrillos de difícil digestión.