Valderiense con alma cabreiresa y espíritu cosmogónico. Con su bagaje clásico en el morral, cultivado a la fresca de las murallas romanas de Astorga, y en otros lugares donde el latín es o fue lengua viva y madre de nuestra lengua, ha salido en incontables jornadas a badear ríos y arroyos, jadear subiendo lomas y engarriando riscos, perseguir con retina infantil el vuelo de las aves o acechar el paso y las costumbres de la fauna de esa comarca leonesa secreta que se turba y pliega como un acordeón ciclópeo de urces, piornos y pizarras, y la que, sólo con rozar su nombre, genera una música bucólica, primigenia y melancólica: Cabrera.
Han sido muchos los años en que Miguel Ángel ha estado pateando la comarca y clamando en voz alta el nombre secular de los pagos que pisa. Sólo desde ese pertrechado zurrón de cultura clásica, sus incontables pesquisas bibliográficas, su comunicación continua con la madre tierra (madre incluso de la lengua madre) y de miles de jornadas pegando la hebra con la mayor parte del paisanaje que vive y ha vivido en la Cabrera en el último medio siglo, se puede acometer, sin que resulte osadía, un acercamiento científico a esa compleja herencia de la toponimia.
Es de esperar que, andando el tiempo, esta obra sacuda y desperece otras inteligencias que puedan, desde la misma honestidad y calidad humanística que aquí se ofrenda, contribuir (ampliando, completando o refutando) a enriquecer el patrimonio que Miguel Ángel y sus colaboradores dejan aquí expuesto para goce y crecimiento de cuantos se adentren en su deliciosa lectura.