Un hombre, al cabo de la mayor parte de las cosas por las que la mayor parte de la ciudadanía se despereza cada día, toma la vieja cámara analógica, aquella que cada disparo costaba un ojo de la cara, y se dispone a adentrarse en los últimos alvéolos de esta provincia, donde no queda más que la paz de los cementerios, los últimos aborígenes y la compañía de los lobos. De esas incursiones (que no excursiones) extraerá Casimiro Martinferre, no sólo instantáneas que elaborará en la oscuridad de su estudio, sino un torrente de literatura certera, cáustica, nihilista sobre el ser y el paisaje que nos lleva a aventurar, sin demasiado yerro, que estamos ante un libro que pronto será de culto.
Territorio transcurre en la comarca del Bierzo. No está claro si se trata de fotografías acompañadas de apuntes, o bien son relatos adornados con imágenes. Paisajes, retratos, naturalezas muertas, descripciones, recuerdos, juntos componen la original visión de un viajero.
Los habitantes de estas despiadadas montañas, pueblan también el libro con su desesperanza, su optimismo o su simpatía –incluido el fotógrafo protagonista–, y son todos en realidad la misma persona o, mejor dicho, la misma alma en busca de ese palmo de tierra maternal en el que darle sentido a la vida.
