En escasas ocasiones se puede leer de propia mano y con el aliento de cada día, la vida de un hombre que, habiendo nacido en una época de penurias y en un lugar acosado por la miseria, entrega esa vida para la emancipación de sus semejantes y el progreso de su pueblo, sin esperar nada a cambio.
Lejos de la política/espectáculo y al pie de una realidad tremenda, reaccionaria a las transformaciones, la voluntad de Antonio Peláez, un hombre llanamente llano y sin mayor escuela que la inteligencia natural, ha ido doblegando atavismos, atrasos e insensateces.
Los tiempos que corren y los que corrieron olvidan pronto a los héroes cotidianos y se quedan con los simbólicos. La Historia –esa meretriz palaciega– ha venido siendo simplemente una de tantas historias contadas e inventadas por quienes negocian al por mayor con las vidas ajenas. Por ello no cabe esperar de ella ni justicia ni recompensa. Y Antonio, con su provecta edad, lo tiene bien sabido. Pero hace bien en dejar por escrito lo que ha luchado, lo que ha sufrido, lo que ha conquistado. Que, al menos queden las cosas claras, y el que venga detrás que lea.
Con el nuevo tiempo, la cultura y la democracia se extenderán como praderas fértiles y ejemplos como el de Antonio habrán de ser revisitados una y otra vez para fortalecer el espíritu de quienes aspiran a una sociedad más justa, culta y racional.
José A. Martínez Reñones